DOMESTICACIÓN, CRÍA SELECTIVA Y ABANDONO.

Publicado el 18 de enero de 2025, 4:01

En primer lugar, tenemos que saber que la domesticación se produce mediante la cría selectiva. Los individuos que presentan rasgos deseables son seleccionados para ser criados, y estos rasgos deseables se transmiten a las generaciones futuras.

Los animales que son buenos candidatos para la domesticación suelen compartir ciertos rasgos:

 

  • Crecen y maduran con rapidez, lo que los hace eficaces para la cría.
  • Se reproducen fácilmente en cautividad y pueden pasar por varios periodos de fertilidad en un mismo año.
  • Se adaptan con cierta facilidad a la vida humana.
  • Su genotipo les predispone para desempeñar una función que beneficie al humano.

 

Dado que la mayoría de los grandes actos de domesticación comenzaron antes de que se tuviera constancia de ellos, no sabemos mucho sobre el proceso exacto que se esconde tras el paso de generaciones de animal salvaje a animal domesticado. Lo que está claro es que los antepasados de los animales domesticados ya debían de presentar rasgos que los hicieran útiles para los humanos, como puede ser una afinidad natural con las personas o una utilidad para las mismas.

Un estudio de 2017 encontró pruebas de que los primeros lobos con aspecto de perro estaban genéticamente predispuestos a ser amistosos. Esa simpatía podría haber desencadenado las primeras relaciones mutuamente beneficiosas entre humanos y perros, en las que las personas les daban comida o cobijo a cambio de que les sirvieran como guardianes o compañeros de caza.

De estas primeras relaciones entre humanos y animales surgieron muchas generaciones de cría, en las que se criaban animales con los rasgos más beneficiosos y se desechaban los de tamaño inferior al normal, los truculentos o los indeseables.

A diferencia de sus congéneres salvajes, los animales domésticos suelen presentar un rasgo conocido como neotenia (retención de las características juveniles en un animal adulto).

Un estudio iniciado en la Unión Soviética en la década de 1950 descubrió que los zorros criados para obtener rasgos domésticos empezaron a mostrar neotenia a las pocas generaciones.

Cabe destacar la importancia de que domesticar no es lo mismo que domar. Un animal doméstico está genéticamente determinado a tolerar a los humanos. Un animal salvaje, o un animal salvaje nacido en cautividad, puede domarse (se puede condicionar su comportamiento para que conviva con el hombre), pero no está realmente domesticado y sigue siendo genéticamente salvaje.



Entonces, ¿es ética la selección y la cría de perros? La respuesta no se puede resumir en un simple sí o no. Es más compleja que eso y requiere de más atención:

Si enfocamos la selección y la cría de forma responsable y con la finalidad de acabar con: problemas de adaptación al medio y a la vida humana, patologías hereditarias o morfologías poco funcionales, entre otros, y regulásemos el número de camadas que pueden nacer a lo largo del año, priorizando el vaciado de albergues, protectoras y perreras, podríamos generar las bases de una convivencia cívica, sana y con una probabilidad de sufrimiento por parte del perro, mucho menor que la que tenemos a día de hoy.

Otra postura en pos de acabar con el sufrimiento que experimentan los perros como consecuencia de la vida con los humanos, es la de abolir el mascotismo mediante la restricción de la reproducción. Esto que propone Gary Francione tiene una parte lógica y ética, pero también plantea algo utópico que difícilmente se va a dar. No digo que no sea un fin deseado para todas las personas que vemos con impotencia cómo miles de perros intentan sin éxito adaptarse a la vida con el humano que les ha tocado, y cómo la irresponsabilidad de las personas no tiene, ni tendrá fin.

Es por eso, que suena más factible y alcanzable apostar por una cría y selección responsable que abogue por el bienestar psicofísico y que no persiga unos estándares estéticos impuestos por unos pocos con el fin de seguir haciendo negocio con los cachorros resultantes de dicha cría.

Si analizamos la situación actual, podemos observar que la inmensa mayoría de los perros que se encuentran en situación de abandono o que están tutelados por organizaciones dedicadas al rescate animal, provienen de granjas de cachorros, particulares que crían sin conocimiento, persiguiendo un sobre sueldo o de la irresponsabilidad de tutores que termina derivando en camadas indeseadas. Pero los perros que provienen de una cría responsable y ética, que apuesta por el anteriormente nombrado bienestar psicofísico, no están en situación de buscar adopción tras un abandono.

Controlar esta situación es mucho más fácil de lo que aparentemente pueda parecer, ya que recordemos que todos los perros han de contar con un microchip identificativo. Por lo que basta con que la persona que acuda a chipar a su perro al veterinario, tenga que presentar la procedencia del perro, tomándose las medidas necesarias en el caso de que la procedencia del perro no sea la legalmente establecida en la famosa Ley 7/2023 de 28 de marzo de protección de los derechos y el bienestar de los animales.

Esto crearía un precedente en nuestra historia junto a los perros. Un precedente que atentaría contra la especulación que hay en torno al mundo de la cría indiscriminada y cruel. 

 

Es necesario que todos y cada uno de nosotros dejemos atrás el pensamiento antropocéntrico en la convivencia con los perros, y seamos conscientes de las consecuencias de nuestros hábitos y nuestras decisiones. No podemos mirar hacia otro lado pretendiendo no querer ver a esas madres que se pasan toda la vida pariendo hasta que no pueden más. 

Contar con la compañía de un cachorro adorable, altamente fotografiable y posteable en RRSS, habiendo detrás de ese cachorro una historia y una realidad que no se puede ni debe obviar, y autodenominarse amante de los animales, encontrándose la madre de dicho perro encerrada, pariendo una y otra vez hasta ser desechada, es altamente hipócrita.

 

La solución a este palpable problema está en nuestras manos, porque recordemos que no hay oferta sin demanda.

 

Pedro A. Almansa.

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